La magia de este arte tan singular se encuentra en la mano del artista, pero, probablemente, es la materia prima la que da la personalidad a la obra. Este elemento utilizado no es más que la propia naturaleza en su máxima esencia. Estas obras surgen como ave fénix entre las cenizas de los volcanes que formaron las islas. Desarrollar el trabajo en un paraje tan natural como son las Canarias, permite acceder al elemento principal de cualquiera de sus obras. Los colores y las texturas son extraídas de la roca volcánica de diferentes puntos ya localizados. Como son: el negro picón, tan abundante de sus bocas volcánicas; el rojo y el amarillo, que embellecen con sus tonalidades el Parque Nacional de las Cañadas del Teide; los verdes, los blancos, los naranjas, grises y morados… Una paleta tan rica y variada en forma de roca que, posteriormente en un delicado proceso de trituración según composición y dureza, se alcanza el grado óptimo de su grano, donde, una vez la obra comienza a tomar forma éstos se ciernen en diferentes tamaños para así y según la parte del cuadro dar la textura perfecta.. Influyen no solo los tonos sino el tamaño del grano es esencial. El uso de este material asombra a quien se cruza en su camino. Los colores llamativos y la posibilidad de obtener otros en su mezcla, forman parte de la identidad de este arte. Cabe recordar que al tratarse de un Parque Nacional Patrimonio de la Humanidad, la obtención del material está bajo unos rigurosos permisos y una estricta vigilancia para que el paisaje protegido no se vea alterado. Cada año, los materiales al ser naturales dan la posibilidad de ser reutilizados. Destacar como dato a añadir, que la lluvia no altera el producto en su lugar de origen, pero sí cuando la obra está terminada y carece ya de su protección.
Resulta extraño ver a una persona inclinada hacia el suelo dibujando con una tiza. Un gesto tan infantil como curioso que pone en alerta a todo espectador que se acerque a conocer y descubrir cuál será el resultado. Dado que hay que poner palabras al proceso, el desarrollo es el siguiente: la persona inclinada porta en una mano un boceto, el cual es trazado con tiza en un tamaño ya previamente considerado del suelo. Lo extraño -o particular- es cuando comienza a esparcir las tierras de colores sobre el dibujo ya terminado. Matizar, que este mismo dibujo se va deformando según se va ejecutando para jugar con el efecto de perspectiva: vital en el proceso para que el resultado final sea el de una obra que mientras se realiza sobre un plano horizontal tome la dimensión de la verticalidad. El espectador puede caer en la confusión, pues no entiende el porqué en el suelo, la tiza y las tierras de colores. El ser humano relaciona lo nuevo con lo ya conocido para interpretar algo desconocido. Es por ello, que, conforme el creador va avanzando en su elaboración, el espectador comienza a apreciar cierta similitud con la de un cuadro: una pintura en un lienzo, un fresco en una pared... Pero… ¿el suelo? Si el genio renacentista de Miguel Ángel fue capaz de crear obras maestras en techos y paredes de grandes dimensiones, ¿cómo se nos podría pasar por alto el no usar el suelo como soporte para hacer el mismo arte? La similitud es correcta, pero con un detalle muy significativo: la sustitución de las brochas por las manos, y la pintura por las tierras. Conforme avanza el trabajo, el dibujo toma sentido con gestos delicados de muñeca, donde la destreza de sus dedos dejan caer como por arte de magia los granos suficientes en una pintura que lentamente cobra vida sobre un soporte llamado suelo. Las líneas de tiza blanca desaparecen y dan paso al magnífico resultado de un lienzo multicolor de tierra natural. El espectador finalmente consigue resolver sus dudas y se enfrenta ante una nueva forma de hacer arte. El hombre inclinado sobre el suelo toma sentido como artista, mientras su trabajo una vez finalizado se convierte en lo que representa la tradición: una obra de arte llamada “Alfombra de Tierras de Colores”. Y fue así como comenzó todo para Ezequiel de León, creando por primera vez en 1989, un tapiz de apenas unos metros cuadrados en el patio trasero de una tienda de souvenirs de una afamada empresa destinada al turismo, en un lugar llamado, La Orotava.