L as alfombras de arena son la identidad artística que más distingue al pueblo de La Villa. Encontramos en el libro de Juan del Castillo y León, “Esencias de La Orotava”, lo siguiente: “… Que todo empezó en junio de 1846. El escenario es la estrecha calleja de los jesuitas, a la sombra de una tapia con música de acequia y copla de molinera. Tres hadas de nuestro cuento: Leonor, María Teresa y Pilar. Leonor es la viuda otoñal que aporta la iniciativa; la creación es de María Teresa, y Pilar, la sobrina dócil, separa las rosas de las margaritas, los geranios de los girasoles…”, crean así la primera alfombra de flores en las calles de La Villa para que el Santísimo desfile sobre un camino de flores. Es en años después, a principios del siglo XX, cuando estos paseos de alfombras florales se trasladan a la plaza del ayuntamiento, desarrollando a su vez la combinación de la flor con otros elementos naturales y vegetales: un enorme escenario de arte mundialmente conocido. Por el año 1919 se celebra la primera alfombra para el Santísimo, donde paulatinamente y en años posteriores se van incorporando las ya descubiertas arenas volcánicas. Es en el año de 1947 cuando ésta pasa a dedicar todo su espacio de unos 960 metros cuadrados con casi dos toneladas de material extraído de los diferentes lugares del Parque Nacional de Teide, Patrimonio de la Humanidad desde el año 2007, y donde hoy podemos aseverar que igual que antaño el fervor con el que nació continúa vivo en el corazón de todos los villeros. Cada año, más y más son los curiosos que se acercan hasta este enclave norteño de la isla a descubrir esta nueva forma de hacer un arte único en el mundo. En cada realización anual, se abarca siempre el tema religioso, ya que la creación principal de este Magno Tapiz tiene como objeto honrar al Santísimo en su festividad del Corpus Cristi. Muy pocos son quienes tienen el privilegio de participar en esta creación. Hablamos de un arte de herencia. De generación en generación que van pasando sus más confiados secretos y formulas. El arte de las alfombras no se simplifica a un dibujo y rellenarlo con arena de colores. Es más que eso: la pasión que se vuelca desde el primer paso, la primera idea. Es un proceso que comienza con la obtención de las primeras piedras volcánicas de diferentes colores en sus puntos de origen que, tras un meticuloso procedimiento de triturado, se convierten en arenas naturales de diferentes granos. Es el convertir el suelo vacío de una plaza en un lienzo multicolor; lograr proyectar perspectivas; volúmenes imposibles; transparencias que te atrapan… Horas y días de pura dedicación; conocer los colores, texturas y combinaciones que dan resultado a otros tonos; movimientos de mano, muñeca y dedos. Y lo más especial: lo efímero de todo este arte.
Resulta extraño ver a una persona inclinada hacia el suelo dibujando con una tiza. Un gesto tan infantil como curioso que pone en alerta a todo espectador que se acerque a conocer y descubrir cuál será el resultado. Dado que hay que poner palabras al proceso, el desarrollo es el siguiente: la persona inclinada porta en una mano un boceto, el cual es trazado con tiza en un tamaño ya previamente considerado del suelo. Lo extraño -o particular- es cuando comienza a esparcir las tierras de colores sobre el dibujo ya terminado. Matizar, que este mismo dibujo se va deformando según se va ejecutando para jugar con el efecto de perspectiva: vital en el proceso para que el resultado final sea el de una obra que mientras se realiza sobre un plano horizontal tome la dimensión de la verticalidad. El espectador puede caer en la confusión, pues no entiende el porqué en el suelo, la tiza y las tierras de colores. El ser humano relaciona lo nuevo con lo ya conocido para interpretar algo desconocido. Es por ello, que, conforme el creador va avanzando en su elaboración, el espectador comienza a apreciar cierta similitud con la de un cuadro: una pintura en un lienzo, un fresco en una pared... Pero… ¿el suelo? Si el genio renacentista de Miguel Ángel fue capaz de crear obras maestras en techos y paredes de grandes dimensiones, ¿cómo se nos podría pasar por alto el no usar el suelo como soporte para hacer el mismo arte? La similitud es correcta, pero con un detalle muy significativo: la sustitución de las brochas por las manos, y la pintura por las tierras. Conforme avanza el trabajo, el dibujo toma sentido con gestos delicados de muñeca, donde la destreza de sus dedos dejan caer como por arte de magia los granos suficientes en una pintura que lentamente cobra vida sobre un soporte llamado suelo. Las líneas de tiza blanca desaparecen y dan paso al magnífico resultado de un lienzo multicolor de tierra natural. El espectador finalmente consigue resolver sus dudas y se enfrenta ante una nueva forma de hacer arte. El hombre inclinado sobre el suelo toma sentido como artista, mientras su trabajo una vez finalizado se convierte en lo que representa la tradición: una obra de arte llamada “Alfombra de Tierras de Colores”. Y fue así como comenzó todo para Ezequiel de León, creando por primera vez en 1989, un tapiz de apenas unos metros cuadrados en el patio trasero de una tienda de souvenirs de una afamada empresa destinada al turismo, en un lugar llamado, La Orotava.